Hemingway 5 / INTERMEDIO: A MOVEABLE FEAST
La primera vez que leí la novela ‘Fiesta’ lo flipé con la evidente presencia en ella de la lengua vasca y de lo vasco en general. Me pasó un poco como a José María Iribarren, el ex secretario del mulo Mola, que sí la leyó y sacó la conclusión de que Ernest Hemingway era católico porque Jake Barnes rezaba en la catedral. En lo otro apenas se fijó. Ni él ni los siguientes sanfermingwayanos. Y no digo nada más.
E.J.O (Un perro andaluz)
INTERMEDIO: A MOVEABLE FEAST
Ahí acaba el capítulo segundo -el IX de la novela- del libro segundo de 'Fiesta', que pone punto final a la larga secuencia dedica al ambiente parisino de los implicados en la trama de la novela (exceptuando al torero, evidentemente). Un ambiente al que Ernest Hemingway dedicó su 'A Moveable Fest', traducido como 'París era una fiesta'. Y eso que allí no había fiesta de toros.
Nada que objetar al título en castellano, más bien agradecer que en él aparezca la palabra “fiesta”. Hemingway nunca la utilizó en el sentido que da a “feast” en ese su libro sobre los años veinte en París, publicado póstumamente, en 1964, si bien hay edición corregida de 2009 (Lumen). Tanto la primera como la segunda edición quedaron al albur de quienes han gozado del poder de editar a Ernest Hemingway sin que el autor pudiera lanzar mensajes desde ultratumba y poner un poco de orden en todo eso de los libros inacabados. Que no fue el único, aunque esto de momento lo dejaremos correr.
Lo que sí se puede afirmar, sin asumir riesgos excesivos, es que aquel París festivo que no se acababa nunca, en el que los festejos se iban moviendo de un lado a otro (Moveable: variable, móvil), y siempre había alguno en alguna parte, atrajo a una pléyade de aspirantes a escritor o escritora. Su onda expansiva alcanzó a autores como Villa-Matas, cuyo 'París no se acaba nunca', título del último capítulo del libro de Hemingway, es el eco directo de su fascinación por este.
De los escritores en euskara podríamos citar a José María Iturralde, segundo traductor al euskara de 'The Old Man and the Sea”, que también hizo su peregrinación a París guiado por la luz de Ernest Hemingway.
De manera que si la obra de Hemingway 'Fiesta' dicen que atrajo no se sabe a qué inmensas masas de visitantes a Iruña-Pamplona, queda por hacer el cálculo de las que pudieron atraer a París tanto la novela 'The Sun Also Rises', o 'Fiesta', como ese otro libro póstumo de memorias. En esa línea de búsqueda de datos, en noviembre de 2015, se recogía como noticia que después de los ataques que tuvieron lugar en París la noche del 13 de noviembre de 2015, ataques en los que murieron 137 personas y otras 415 resultaron heridas, las ventas del libro de memorias de Ernest Hemingway 'A Moveable Fest', ‘Paris era una fiesta’, aumentaron significativamente. En tres días se vendieron, decía la noticia, doce mil ejemplares y se puso en marcha una nueva tirada de veinte mil; el año anterior apenas se habrían logrado vender ocho mil. De las ventas de 'The Sun Also Rises', 'Fiesta', en francés 'Lle soleil se lève aussi', no tenemos datos.
Aunque a la gran capital tampoco le hace falta un nombre de autor o un libro precisos para atraer visitantes o aspirantes a residentes. Tan solo con sacar las cuentas de quienes en aquellos años 20 y 30 del siglo XX se codearon por salones artísticos, como el de Stein&Toklas, y librerías, como Beach&Monnier, ya citados antes, así como por bares, cafeterías, restaurantes o salones de baile, la mayoría de ellos en la margen izquierda del Sena, antecedentes quizás de una cierta gauche divine, nos daremos cuenta de que a donde realmente estaban siendo llamando a gritos los futuros artistas era precisamente a la capital de la República de Francia.
A día de hoy París sigue siendo una de las ciudades más visitada del mundo, incluyendo en la lista La Meca, que tiene asegurada su cuota de visitantes bajo el concepto de “fieles” -como también dicen los cristianos de los suyos, o suyas-, y parece ser que se situaba en el puesto número trece a finales de diciembre de 2018. Según esa clasificación París sería la segunda urbe europea y la quinta del mundo con más turistas internacionales. En total, se contabilizarán 16.863.500 visitantes, también a finales de diciembre de 2018.
En la novela 'Fiesta', desde aquel París de los años veinte los protagonistas dan el salto a las jornadas de pesca -Jake y Bill- y posteriormente -el grupo- a la fiesta de San Fermín. En la edición que venimos manejando esa parte de la novela -el libro segundo exceptuando sus dos primeros capítulos-, ocupa unas setenta páginas, mientras la dedicada a París, recordemos, abarca unas cincuenta. No es una diferencia enorme, no. Ahora habrá que ver cuánto de esas setenta páginas está centrado en el ambiente de la fiesta de San Fermín. Que dicen que se masificaron por la influencia no se sabe si del libro, o del libro y su autor, los dos juntos, no terminan de ponerse de acuerdo.
Bill Gorton & The Basques
¡Toros! ¡Encierro! ¡Borrachera! La novela 'Fiesta' ha sido reducida al sentido que la palabra “fiesta” adoptó en el Franquismo, arrinconando su sentido más noble: el que tenía en los años 1920 allí donde se pronunciara; el mismo que tiene en la novela. Esa reducción es la de quienes no la han leído y además se han dejado llevar por la propaganda o las portadas. O la de quienes habiéndola leído han preferido seguir alimentando el tópico. Nada más lejos de la realidad de la novela.
Tal y como ya hemos señalado, en París y en un día de primavera, Jake Barnes invita a su amigo Bill Gorton a ir de pesca a la Alta Navarra y de paso acudir también a la fiesta de San Fermín, o viceversa, a donde también están invitados los personajes que hemos desgranado. Los dos amigos lo harán en ese orden; primera pesca y luego fiesta. Los otros pasarán de la pesca.
Así, llegados a Iruña-Pamplona y con sus habitaciones en el Hotel Quintana controladas y puesto ya todo en orden, Bill Gorton y Jake Barnes toman un autobús al Edén, o sea, a Burguete. Eso es al inicio del capítulo XI.
En ese autobús Bill Gorton conoce a los que el mismo narrador, Jake, llama “the basques” He aquí lo que Bill Gorton le dice a Jake Barnes sobre “the basques”: “Esos vascos son una gente extraordinaria”.
Jake no le contesta nada. Ya los conocía de antes, no en vano aquel era su tercer año por allí. De hecho ya conocía hasta el lugar a donde iban a pescar. Había estado allí el año anterior, 1924, junto a Hadley y dejó testimonio de aquella experiencia en el Irati en diversas cartas llenas de entusiasmo sobre aquella semana que pasaron pescando. En una tarde él y Hadley pescaron, dice, “siete hermosas truchas”. “Es un lugar como de cuento de hadas”, escribió el 18 de julio de 1924, en una carta dirigida a Grace Hall Hemingway, su madre. También le habló de La Chanson de Roland y le contó algo más: “Ayer recorrí -escribió-, unas 30 millas a caballo con un capitán español de Carabinieri (sic), inspeccionando algunos de los puestos fronterizos desde los que patrullan a la búsqueda de contrabandistas”. El 9 de noviembre de aquel mismo año escribió a Howell G. Jenkins. “El lugar más endemoniadamente salvaje en España partiendo de Roncesvalles. El río Irati”, le dice. Y sigue contando. “Estuvimos este verano. Dejas el automóvil en Burguete y caminas a pie quince millas por un sendero en el que hasta las mulas se desmayan. Es donde se libraron las Guerras Carlistas (…) Hadley cogió seis truchas en menos de una hora en la poza desde la que saltaban hacia la cascada. Agua fría como el hielo y bosques vírgenes, nunca ves un hacha. Enormes bosques de hayas y más arriba pinos. (El próximo año) acamparemos durante una semana y después iremos a Burguete, recogeremos el coche e iremos bajando hacia Pamplona para acudir a la gran Feria y las corridas de toros”.
Jake Barnes, trasunto del propio Hemingway, no necesita que Bill Gorton le diga que “esos vascos son una gente maravillosa”. Se limita a seguir contando lo que ocurrió en el autobús. Entre sube, para, vuelve a subir, vuelve a parar y ya hemos llegado, eso que ocurrió en viaje ocupa seis páginas del relato. Es el séptimo capítulo más largo de la novela.
Pero, ¿por qué “the Basques”? Sin duda por la lengua que se hablaba en aquel autobús.
En eso de la lengua ya se había fijado Ernest Hemingway mucho antes. Ya en su reportaje de octubre de 1923 en el Toronto Star dice cómo apenas pudo entenderse con la señora que les atendió en el hotel al que llegaron pensando que tenían la reserva hecha y al final, entre que no la tenían, y que la habitación que les ofrecían a él y a Hadley, preñada, era cara y que además era mejor dormir en una pocilga, la tal señora aquella les llevó a una casa particular cuando por fin pudieron entenderse. No debió ser fácil, pues tal y como contó en el mismo reportaje de octubre de 1923, “la señora decía más palabras en vasco que en francés”. La casa particular estaba en Eslava 5, y no era una pensión.
Se entiende pues que Hemingway hablaría en francés y la señora no daba con las palabras con las que traducir su euskara a la lengua de París. De lo que no hay duda es que la lengua vasca atrajo la atención de Hemingway desde el primer contacto con ella. Ya volveremos sobre esto que para la inmensa mayoría de quienes se han ocupado del tema Hemingway en Sanfermines ha resultado y sigue resultando absolutamente innombrable.
Volviendo al capítulo donde se cuenta lo del autobús a Burguete, se ve que Jake y Bill están gozando con las gentes y que tratan de decir cosas en castellano, sin apenas éxito en lo segundo. Hay que tener en cuenta que para 1925, año en que Hemingway escribió la novela, había estado varias veces en territorios castellano-parlantes: dos en 1923, y una en cada uno de los años siguientes. No parece que tampoco aquellos “Basques” lo dominaran a fondo. El castellano. En cualquier caso, tanto Bill como Jake, lo intentan. Al final la única conversación con pies y cabeza que pueden sacar adelante es la que tienen, en inglés nada menos, con uno de los lugareños, que había pasado años en los EUA:
“La carretera abandonó al instante el verde valle y nos encontramos de nuevo entre las colinas. Bill y el vasco de la bota de vino mantenían una conversación. Desde el otro extremo del asiento, un hombre se inclinó hacia delante y nos preguntó en inglés:
—¿Son ustedes americanos?
—Sí.
—Yo estuve allí hace cuarenta años —dijo.
Era un viejo tan bronceado como los otros, con una barba blanca que parecía un rastrojo.
—¿Cómo era?
—¿Qué dice?
—¿Cómo era América?
—Yo estuve en California. Era bonito.
—¿Por qué se marchó?
—¿Qué dice?
—¿Por qué volvió aquí?
—¡Ah! Volví para casarme. Iba a marcharme otra vez, pero a mi mujer no le gusta viajar. ¿De dónde es usted?
—De Kansas City.
—He estado allí —dijo—. He estado en Chicago, en Saint Louis, en Kansas City, en Denver, en Los Ángeles, en Salt Lake City...
Las iba nombrando con atención.
—¿Cuánto tiempo estuvo allí?
—Quince años. Luego volví y me casé.
—¿Tomamos un trago?
—Bueno —contestó—. Eso no lo tienen en América, ¿eh?
—Lo hay en abundancia, pero sólo si uno tiene dinero para pagarlo.
—¿Para qué han venido aquí?
—Vamos a ir a la fiesta de Pamplona.
—¿Les gustan las corridas de toros?
—Claro que sí. ¿A usted no?
—Sí —respondió sin demasiada convicción—, me gustan.
Luego, tras una pausa, siguió:
—¿A dónde van ahora?
—A Burguete, a pescar.
—Bueno —dijo—, espero que cojan algo.
Nos estrechó la mano y volvió a sentarse en la parte de atrás del banco. Los otros vascos estaban impresionados. Él se repantigó en su asiento y me sonrió cuando me volví para contemplar el paisaje. Pero el esfuerzo hecho para hablar americano le había cansado, al parecer, y no volvió a decir nada más”.
Misterios gozosos
El siguiente capítulo, el XII, es el quinto más largo del libro. Son siete páginas sobre ciento treinta y está íntegramente dedicado a las jornadas de pesca en el río Irati.
El capítulo rezuma sensaciones de placer y felicidad, casi tanto como el anterior. Juntos forman la parte más gozosa del libro. No hay conflictos, no hay peleas, todo es naturaleza, vida al aire libre, sensaciones físicas como la del agua fría o la de las truchas que se resisten a la mano del pescador. El Edén de los misterios gozosos.
Y ya llevamos setenta páginas y todavía no hemos llegado a los Sanfermines. Apuntemos de paso que los capítulos más largos del libro son el último, el XIX, que ya hemos indicado que él solo forma el Libro tercero, y el anterior, el XVIII. Este es precisamente el que Ernest Hemingway dedicó a mostrar al mundo cuánto sabía de toros. En cualquier caso la descripción de la corrida a la que asisten Jake y Brett, que ya anda metida en harina con el torero estrella, uno de los que mata bichos esa tarde, cumple la función de intensificar el erotismo que rezuma toda la novela. Veamos el inicio del capítulo:
“A las doce nos hallábamos todos en el café. Estaba lleno de bote en bote. Comíamos camarones y bebíamos cerveza. La ciudad estaba abarrotada. Todas las calles estaban atestadas. Grandes coches de Biarritz y San Sebastián llegaban sin cesar y aparcaban en la plaza, cargados de gente que iba a la corrida. También llegaban autocares turísticos. Había uno con veinticinco inglesas dentro. Sentadas en el gran coche blanco, miraban la fiesta a través de sus anteojos. Los que bailaban estaban todos borrachos. Era el último día de la fiesta”.
Llegados aquí no podemos dejar a un lado que antes de ya en la novela de Hemingway se habla de “ciudad abarrotada”, de “calles atestadas” y de “autocares turísticos”. Precisamente en el 7 de julio de 1923, año del que dijo que “ellos eran los únicos extranjeros en la ciudad”, se publicó en El Diario de Navarra un comentario sobre visitantes en los Sanfermines que empieza así:
“Ayer descabalgaron en Pamplona una de forasteros que no tenía fin. Desde los primeros trenes de la mañana hasta los últimos de la noche, transcurrió el día en un incesante llegar de forasteros que no sabemos dónde demonio se van a meter. De elemento americano, sobre todo, y de Francia han venido en proporciones verdaderamente extraordinarias.”
Nos queda la duda si el elemento americano no eran más que Ernest o Hadley, quien sabe, visto como sigue y, mejor como acaba el comentario:
“A todo esto los tranvías del Irati y los ómnibus del servicio de la estación del Norte desfilaban, casi sin cesar, con unos completos de viajeros que daba miedo. De Barcelona, de Zaragoza, de Bilbao, Vitoria y San Sebastián; Logroño y la ribera también -¿quién ha dicho que no?- llegaron ayer a Pamplona tal número de viajeros que no recordamos cosa igual”.
El comentario termina con un “No queremos hacer cálculos ni números… ¿para qué? Solo sabemos que ayer no se podía dar ni un paso por ninguna parte”, que nos recuerda lo que a partir ya de un año tan temprano aparecía como un principio axiomático en cuanto a la masa asistente a los Sanfermines: “para qué contar, si no se puede dar un paso, no hace falta”. Así se llega al millón de visitantes, primero, y al millón y medio de participantes durante los últimos años. Eso sí, en 1925, en la La Voz de Navarra, el 10 de julio se da la noticia de la presencia del embajador americano en Iruña, Mr. Moore, y el 12 de julio el periódico abre con una foto suya.
Todavía no se había publicado 'The Sun Also Rises' (1926) ni tampoco 'Fiesta' (1927), como decimos, la misma y única con dos títulos para dos mercados.
Volviendo a la novela, el capítulo está escrito al servicio del asunto central de la misma. A saber, cómo se resuelve el conflicto planteado desde aquello de París, cuando tres hombres giraban alrededor de ella y que ahora, con el torero, ya son cuatro. En fin, cómo va a terminar “la lucha por Lady Brett”, a quién elegirá ella, que es quien elige, quien decide y es por tanto y sin duda el personaje más libre y autónomo de la novela. Quizás el retrato femenino más redondo y logrado de Ernest Hemingway. Su estilo, su forma de hablar y de comportarse, causaron furor en los ambientes estudiantiles de los EUA, dicen. Los toros, con sus desencajonamientos, encierros, trato extremadamente cruel, en el que los caballos también reciben su parte, y su ejecución sumarísima tras ser paseados aquí y allí por la arena, todo eso, no es más que el contexto en el que se supone que la libido llegará a alturas insospechadas. Tan insospechadas que es la misma Brett quien lo dice:
“—¡Dios mío, qué muchacho más encantador! —dijo Brett—.
Cuánto me encantaría verlo meterse en esos pantalones. Debe de usar un calzador...”
Y más adelante:
“—Oye —dijo Mike—, ese tal Romero no sé qué más es alguien. ¿Me equivoco?
—¿Verdad que es encantador? —dijo Brett—. ¡Y aquellos pantalones verdes!”
Y todavía hay más:
“—Realmente, se parece mucho a Villalta —dijo Romero en español—. ¿A qué se dedica ese que está borracho?
—A nada.
—¿Es por eso por lo que bebe?
—No. Está aguardando para casarse con esta señora.
—¡Dile que los toros no tienen cuernos! —berreó Mike, muy borracho, desde el otro extremo de la mesa.
—¿Qué dice?
—Está borracho.
—Jake —gritó Mike—, dile que los toros no tienen cuernos.
—¿Entiende lo que le dice? —pregunté.
—Sí.
Yo estaba seguro de que no; por tanto, todo iba bien.
—Dile que Brett quiere verle ponerse aquellos pantalones verdes.
—Cierra el pico, Mike.
—Dile que Brett se está muriendo de ganas de saber cómo puede meterse dentro de aquellos pantalones.
—Cierra el pico”.
Aquí habría que hacer un paréntesis para recordar que en el manuscrito “definitivo” que Hemingway entregó al editor no figuraba ese “los toros no tienen cuernos”, sino aquel otro de “los toros no tienen bolas”, “the bulls have no balls”. Entiéndase que no tenían cojones. El editor, Escribner's, sugirió al autor cambiar esa frase si quería que la novela entrara en el circuito de “El libro del mes”, de distribución familiar. “No hay cojones” era una de las frases favoritas de Hemingway en castellano. Y también conviene hacer una breve acotación sobre el atractivo sexual de los toreros.
“—Mire —dijo Montoya—, a la gente le gusta coger a un chico como ése. No saben lo que vale. No saben lo que representa. Cualquier forastero puede halagarlo. Empiezan por este asunto del Grand Hotel y al cabo de un año están acabados.
—Como Algabeño —dije.
—Sí, como Algabeño.
—Ya son una buena cuadrilla, ya —dije—. Ahora hay por aquí una mujer americana que hace colección de toreros.
—Ya sé, sólo les gustan los jóvenes.
—Sí —dije—. Los viejos se vuelven gordos”.
Capítulo XVI de 'Fiesta'. Esa mujer “americana” no puede ser lady Brett que, lo recordamos, es inglesa. Ya alguna andaba a la caza del torero, macho ibérico por excelencia.
Empieza la función
Nos hemos ido al capítulo más largo de la novela, el XVII, saltándonos varios desde el XII. Veamos.
En el XIII Jake y Bill dejan las jornadas de pesca y se disponen a volver para la fiesta. Han recibido un telegrama firmado por Michael, que, ¡oh, sorpresa!, está todavía en San Sebastián con Lady Brett. Dicen que llegarán el viernes. Acto seguido reciben otro firmado por Cohn. Dice que llegará, sin más. De acuerdo con los dos telegramas antes del fin de semana los cinco del grupo -Jake Barnes, Bill Gorton, Michael Campbell, lady Brett Ashley y Robert Cohn- se reunirán en la ciudad. Sin embargo antes de abandonar el Edén, Jake, Bill y un pescador inglés, Harris, que también estuvo en la guerra y al que han conocido en las jornadas de pesca, se van a visitar Roncesvalles:
“Anduvimos los tres hasta Roncesvalles y recorrimos el monasterio.
—Es un sitio interesante —dijo Harris al salir—. Pero, les diré, esa clase de lugares no son lo mío.
—Lo mío tampoco —dijo Bill.
—De todas formas, es un sitio interesante. No me hubiera gustado marcharme sin verlo. Cada día me hacía el propósito de subir.
—Sea como sea, no es lo mismo que pescar, ¿eh? —dijo Bill.
Harris le caía bien.
—¡Caramba, no!
Estábamos parados frente a la antigua capilla del monasterio”.
Acto seguido se van a la taberna de enfrente:
“Nos tomamos una botella de vino cada uno. Harris no nos dejó pagar. En un castellano bastante bueno habló con el tabernero y éste rechazó nuestro dinero”.
Gentes generosas, los vascos de Navarra.
Para cuando Jake y Bill entran en Pamplona ya han transcurrido 69 páginas de la novela:
“Entramos en Pamplona avanzada ya la tarde. El autocar se paró frente al Hotel Montoya. Estaban poniendo hileras de cable eléctrico en la plaza a fin de que estuviera iluminada para la fiesta. Al parar el autocar, se acercaron algunos chiquillos. Un funcionario de aduanas obligó a toda la gente que bajaba del autocar a que abriera en la acera los paquetes que llevaba. Entramos en el hotel; en la escalera encontré a Montoya, que nos estrechó la mano sonriendo con aquella especie de turbación que le era peculiar.
—Sus amigos están aquí —dijo.
—¿El señor Campbell?
—Sí. El señor Cohn, el señor Campbell y lady Ashley”.
Y sigue el diálogo:
“—¿Dónde están ahora nuestros amigos?
—Creo que fueron a ver jugar a pelota”.
Ya están al llegar los actores y ya se prepara el escenario. La función va a empezar. Antes, el narrador nos entretiene hablando de Montoya, en el manuscrito inicial de la novela Juanito Quintana, dueño del Hotel Quintana, que pasarán en la versión final a ser Montoya y Hotel Montoya respectivamente. Y ahí es donde el narrador, Jake Barnes, se pone a hablar de toros. Página 70. Al relato le quedan 60.
Y por fin los cinco se encuentran frente al café Iruña. “Brett llevaba una boina vasca, y Mike también”, nos dice el narrador. Pronto sabremos que también Michael estuvo en la guerra. Y que está en quiebra, ha despilfarrado su fortuna.
Y antes de seguir, un paréntesis.
Como bien indicas hubo más americanos en los años 1920.
ResponderEliminarUna modelo y actriz famosilla de la decada de los veinte, Julia Robbins (Hoyt era el apellido de su marido) escribio algún que otro articulo para la agencia NANA. Menciona un par de anécdotas más que interesantes sobre su estadia en 1924 durante los San Fermines.
Guiada por Ignacio Zuloaga, quien le pinto un cuadro,
(https://www.metmuseum.org/art/collection/search/488317), y después de estar en su casa de Zumaya y disfrutar de San Sebastian, parece ser que conocio a los toreros Belmonte y Algabeño en Iruña. Este último le cuenta como tres americanos le pidieron que les enseñara torear con las vaquillas. Esos americanos seguramente fueran el mismo Hemingway, Doss Passos y Ogden Stewart.
(FUENTE: https://www.noticiasdenavarra.com/2019/07/14/especiales/sanfermines-2019/julia-hoyt?fbclid=IwAR1Zl43z03Jv6o2JFrfOsy8YbnnE5ppYJdNuv5nai-Wb4c3WWmqeuLHy34I )