Ecce Homo: Hemingway

 Aurkezpena

A lo largo de 2019 traté de escribir mi último libro sobre las relaciones del escritor premio Nobel Ernest Hemingway, aprovechando así los datos que había ando acumulando desde la publicación de los dos primeros.

(Susa literatura - Hemingway eta euskaldunak zerbitzu sekretuetan (susa-literatura.eus)

Hasta que llegó el comandante 19 y mandó parar. Por eso le llaman guerra a lo de la pandemia.

En esta “segunda ola” -denominación que en Mundaka, donde tantas gentes tanto agradecen las olas, no deja de tener su gracia-, he pensado ir publicando el libro en esta web.

Para empezar, he elegido la introducción. Lo hago después de una temporada en la que no he podido quitarme de la cabeza lo del día internacional contra la violencia contra –ya van dos contras- la mujer, aunque me han dicho que es contra la violencia de género. Que jueguen con el nombre. Todos y todas sabemos la verdad en este 25 de noviembre, día de Santa Catalina, patrona de los molineros y las molineras. Que no nos vengan con ostias como piedras de molino. El Omeprazol no da para tanta digestión.

El texto está escrito con rabia, espero que una vez leído se entienda el porqué, y, humildemente, también espero aportar algo a los debates feministas.

E.J.O (Un perro andaluz)

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Ecce Homo: Hemingway


En un momento de su vida la escritora Olivia Laing, que según cuenta ella misma creció “en una familia alcohólica”, se propuso realizar un viaje por los Estados Unidos de América (EUA) a la búsqueda de los motivos o razones que pudieron llevar a la bebida, hasta extremos absolutamente destructivos, a “seis hombres que publicaron algunos de los textos más hermosos que se han escrito en este mundo”. Esos seis hombres son F. Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Tennessee Williams, John Cheever, John Berryman y Raymond Carver, todos ellos estadounidenses. La crónica de esa búsqueda la tituló 'El viaje a Echo Spring'.


Echo Spring -Torrente de los Ecos- no es en realidad ninguna localidad de los Estados Unidos de América.

“En 'La gata sobre el tejado de zinc', la conocida obra de Tennessee Williams -nos dice Olivia Laing-, Echo Spring es el nombre clave para el mueble bar, sacado de la marca de bourbon que contiene. Simbólicamente, sin embargo, se refiere a algo totalmente diferente: quizás al estado de silencio o a la erradicación de pensamientos conflictivos que, al menos temporalmente, se consigue con la cantidad suficiente de bebida”.

De los seis escritores sobre los que Olivia Laing indagó acerca del viaje de cada uno de ellos a Echo Spring, de los que algunos, como Cheever, volvieron, y otros, como Hemingway, nunca lo hicieron, nos interesa el de este último. Un autor que encontró más de un Echo Spring a lo largo y ancho de su vida.

En 1918 Ernest Hemingway viajó por primera vez a Europa, el que iba a ser el primero de sus particulares Echo Spring -llamémosle la Fonte del Eco-. Los Estados Unidos de América habían entrado en la Gran Guerra –la de 1914-1918- y él se fue a Italia, como conductor de ambulancias. Allí entró en contacto con el alcohol de una manera que en los EEUU era prohibitiva para un joven de su edad. Tenía apenas 19 años.

 


Ya casado, en 1921, volvió a Europa para instalarse con su esposa en París. Aquello también era Echo Spring, si bien le vendría mejor llamarlo la Fontaine de la Eau-de-Vie, dado que allí no se escatimaban las bebidas de alta graduación.

Dos años más tarde, en 1923, viajó por primera vez a los territorios peninsulares bajo la corona del Reino de España, que, por entonces, se extendía incluso hasta el norte de África y el Magreb en mayor extensión que a día de hoy. De aquel encuentro de 1923 iba a nacer la que, guste o no, iba a ser una de las novelas más importantes del siglo XX, 'The Sun Also Rises', más conocida como 'Fiesta', que ocupa el puesto cuarenta y cinco de las escritas en inglés, según la clasificación de Modern Librery. Había descubierto otro Echo Spring: El Manantial de los Ecos.

Cada uno de los lugares que iba descubriendo en Europa era en sí mismo un manantial. Tanto de inspiración como de bebida, o viceversa. Fue una relación nutricia que acabó mal, algo que por aquellos años el joven Hemingway no podía prever. Como no lo pudieron prever otros grandes, como el mismo James Joyce, cuyo ‘Ulises’ ocupa la primera posición en la clasificación citada

Podemos echar a volar la imaginación y soñar que estamos leyendo obras que sus autores, destruidos por el alcohol, nunca escribieron, acaso un ejercicio inútil, no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que el alcohol no les impidió escribir las obras maestras que escribieron. Recordemos a T. S. Eliot, con quien Hemingway tuvo una cierta relación.

“Lo que pudo haber sido es una abstracción / que alienta, posibilidad perpetua, / sólo en un mundo de especulaciones. / Lo que pudo haber sido y lo que ha sido / tienden a un solo fin, siempre presente. // Resuenan pisadas en la memoria / por la senda que no tomamos / hacia la puerta que jamás abrimos ante el jardín de rosas. / Por el sendero que nunca caminaron.” (‘Cuatro Cuartetos’).

Más he aquí que todavía en 2018, cien años después de que el futuro escritor viajara a la Península Itálica, la tierra madre del vino y sus derivados, en un periódico navarro se publican columnas de opinión que tachan a Hemingway de “dipsómano”, poniendo sobre la mesa su relación con el alcohol por encima de su relación con la literatura, tratando así que las opiniones morales acerca del autor primen sobre el propio valor de su obra.

En principio “dipsómano” sería quien padece dipsomanía, es decir, “tendencia compulsiva a embriagarse con bebidas alcohólicas”. Entre el común de los mortales sería lo que se llama “alcohólico” o, si se quiere, simplemente, “borracho”. Para entendernos no quedamos con esa última palabra como sinónimo corriente de “dipsómano”, en tanto en cuanto que “borracho/a” es, según la RAE, quien “se embriaga habitualmente”, es decir quien tiene una “tendencia compulsiva a embriagarse con bebidas alcohólicas”; “borracho” vale por “dipsómano” en cualquier crucigrama. En cuanto a la “embriaguez”, la misma RAE nos dice que es una “turbación pasajera de las potencias, exceso con que se ha bebido vino o licor”.

Eso, en cuanto al sentido literal de los términos. Mas lo que nadie puede ni debe ignorar es que para el común de los mortales “borracho” es un término cargado de connotaciones negativas que indica un juicio moral previo sobre el hecho de beber alcohol en ciertas cantidades. A ese juicio han sometido a Ernest Hemingway quienes lo tratan de, como por suavizar, de “dipsómano”, dicho en bruto “borracho”, dejando caer que un borracho no puede ser un gran escritor, aunque sea todo un premio Pulitzer y un premio Nobel de literatura. Tal vez no hayan leído el libro de Olivia Laing. En realidad no haría falta leerlo. Bastaría con mirarnos a nosotros mismos, o alrededor, y comprobar cuántos escritores o escritoras nos emborrachamos o se emborrachan a nuestro lado. ¿Y qué? ¿Importa eso algo?


Escritor mediocre

Pero no se trata solo de que todavía haya quien considere a Hemingway un borracho, sino que se le califica como “escritor mediocre”. Algo que ni el jurado del premio Pulitzer de literatura de 1952 y ni el del Nobel de 1954 tomaron en consideración, ya que ambos lo premiaron. ¡Ignorantes! Quizás si se pudiera hacer como en la novela '1984' de Orwell esas lumbreras que le califican de escritor mediocre, cuando no de mal escritor, reescribirían el pasado y le quitarían los premios al dipsómano, haciendo así justicia literaria, y aquí no ha pasado nada, ¡Oh, Gran Hermano! Y aún más, después de que aquel “escritor mediocre” recibiera el premio Nobel de literatura, alguien tramó una traición a Hemingway mayor que la que ya le iban haciendo quienes perpetraban las traducciones de sus textos.

“El Nobel se lo deberían haber dado a usted”, dijo un tal José Luís Castillo-Puche que le había dicho, en su presencia, Ernest Hemingway a Pío Baroja, pocos días antes de la muerte de este.


Qué gran momento de lucidez debió tener el dipsómano para ver y reconocer su mediocre tamaño ante el del gran Baroja. ¡Menos mal que no le dijo nada del Pulitzer! Desde entonces el bulo no ha dejado de correr. Aunque no para ahí la cosa. Y es que para seguir con la ristra de ajos de mal aliento, en algunos de los púlpitos periodísticos de Iruña-Pamplona también se le trata de mujeriego.


Mujeriego

Cuando Ernest Hemingway llegó a Europa en 1921 lo hizo con su primera esposa, Hadley Richardson. Una mujer hecha y derecha, que como ciudadana de los EUA tenía los mismos derechos que su marido, a diferencia de lo que ocurría en París, por ejemplo, donde eso no era así para las parisinas. Por lo que tenía derecho incluso a sentirse por encima de sus coetáneas europeas.


En su patria los dos miembros de la pareja tenían el mismo derecho a voto, ya que en Estados Unidos las “mujeres blancas”, como sería el caso de Hadley, podían votar desde el año anterior, 1920, si bien no podían hacerlo las mujeres “negras”, que alcanzarían ese derecho en 1967. En la República de Francia las mujeres, sin referencia al color de la piel, no alcanzarían el derecho al voto hasta 1948. Así que en 1923 en la civilizada república cuyo lema era, según decían, “liberté, égalité, fraternité”, las mujeres todavía eran como las negras en los racistas EUA. Y no vamos a entrar en cómo era eso del derecho a voto en sus colonias, que oficialmente también eran Francia nación.

Cuando ya en 1923 el matrimonio viajó a tierras peninsulares, en el Reino de España las mujeres también eran como las negras estadounidenses o la blancas francesas; no tenían derecho a voto. Lo obtendrían en 1931, con la II República, para perderlo muy pronto, justo con la victoria del fascismo en la guerra de 1936-1939. Por supuesto que de aquella también los hombres lo perdieron –el derecho al voto-, de manera que cuando en 1953 Ernest Hemingway volvió a tierras españolas, ya con su cuarta esposa, Mary, se puede decir que por allí no votaba ni dios. En cuanto a la República de Italia, ese derecho de las mujeres al voto se remonta a 1946. Nada. Más mujeres blancas como negras estadounidenses en Europa.

Más no se trataba sólo del derecho al voto de las mujeres lo que a Hadley, y como ella a tántas otras, le haría sentirse orgullosa de su estatus de ciudadana estadounidense. También gozaba del derecho a divorciarse llegado el caso. Y a hacerlo de común acuerdo, lo que no era poca cosa, visto lo que ese derecho tardaría en asomar por Europa. Saber antes de casarse que el contrato matrimonial puede finalizar sin necesidad de “que la muerte separe” a los contrayentes, concede a estos un nivel de conciencia y de dignidad del que en la Europa que Ernest y Hadley pronto iban a conocer hombres y mujeres carecían. El derecho al divorcio afectó enormemente a Hemingway y a sus sucesivas esposas, por que, sin la existencia de ese derecho, ¿cómo se habrían casado más de una vez?

El divorcio está profundamente enraizado en la cultura política de las diferentes iglesias que desde la perspectiva del catolicismo romano suelen asimilarse al término genérico de “protestantes”. Se trata en principio de que unas y otras iglesias, todas ellas auto-proclamadas cristianas, hacen lecturas diferentes de los supuestamente mismos textos de la Biblia, de los que unos extraen que dios dijo a los varones de su pueblo que podían repudiar una esposa y tomar otra, u otras, mientras otros niegan que eso esté escrito así y que si lo está eso tenga valor de ley divina. Tanto Ernest como Hadley procedían de entornos “protestantes”, en los que el divorcio estaba admitido. Y acababan de llegar al lugar del mundo donde ese derecho fue considerado por primera vez en Europa, ya que, dejando a un lado las iglesias y todo eso, el divorcio como derecho civil fue reconocido por primera vez en el Código Civil francés de 1804.

Para cuando Ernest y Hadley llegaron a París, en 1921, en la República de Francia el código civil aquel ya había sufrido varias alteraciones. En principio el divorcio había sido suprimido casi nada más ser incluido en aquel código inicial, hasta que volvió a ser admitido, a partir de 1884, en términos humillantes para los demandantes, tanto para ella como para él. Aun así, en 1885 se concedieron unos 4.000 divorcios en la República de Francia. Tras diversas modificaciones en la ley, en 1927, año en que Ernest se casaba por segunda vez, precisamente en París con la católica Pauline Pfeiffer, los casos de divorcio eran ya de 21.000.

Dando un salto de dos años, allá por 1923, cuando lo de la primera visita de la pareja a Pamplona, en el Reino de España no existía el divorcio. Recordemos que existió a partir de 1931, con la II República, y al igual que pasó con el derecho a voto, quedó suprimido por el Estado Nacional Católico.

La Iglesia Católica Apostólica y Romana se ha opuesto desde tiempo inmemorial a ese derecho y en los lugares de Europa que Ernest Hemingway más frecuentó, siempre acompañado de su correspondiente esposa, esa iglesia formaba parte del Estado, o poco menos, y el Estado no admitía el divorcio más que “a la italiana”.

La expresión “divorcio a la italiana” se hizo popular a partir de la película del mismo título. Estrenada en 1961, la película cuenta cómo un hombre casado, Ferdinando "Fefè" Cefalù (Marcello Mastroianni) desea a otra mujer, Ángela (Stefania Sandrelli), con la que no podría casarse ni aunque ella le aceptara, ya que en Italia no existe el divorcio. Ferdinando pasa su tiempo imaginando formas en las que se podría deshacer de su esposa sin saber siquiera si una vez enviudado Ángela lo aceptaría. Después de un encuentro fortuito con Angela, Fernandino descubre que ella comparte sus sentimientos, por lo que decide matar a la esposa, Rosalía (Daniela Rocca) inspirándose en la lectura de una noticia local en la que se cuenta cómo una mujer ha matado a su marido en un ataque de celos, por lo que ha recibido una condena leve. Fernandino va a hacer que parezca que su esposa tiene una aventura y atraparla así in flagrante delicto, asesinarla, y recibir una condena leve por tratarse de “un crimen pasional”, para lo que estudia al detalle el Código Penal de Italia. Pero no vamos a desvelar toda la historia.


Tal y como muestra la película, en los códigos penales de esos estados hibridados con la Iglesia Católica el esposo podía dar muerte a la esposa, y viceversa, si la o le sorprendía en el acto de cometer adulterio, lo que también podía hacer con el hombre o la mujer cómplice del adulterio sin ser por ello castigado o castigada.

Cuando en 1981 se aprobó el derecho al divorcio en el Reino de España, la Iglesia Católica Apostólica Romana se opuso abiertamente, a pesar de que la ley era restrictiva, pivotaba sobre “la culpa”, encarecía y alargaba los procesos y, en fin, ponía todo tipo de trabas, entre otras las económicas, a la consumación de los divorcios. Todo lo contrario a las facilidades de toda clase dadas para el matrimonio.

Como decimos, la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica Apostólica Romana de España, que se hace llamar a sí misma “La Iglesia”, cual si no hubiera ninguna otra, también se opuso a la reforma de aquella primera ley, que contenía, como ya hemos señalado, aspectos humillantes para las personas demandantes de divorcio. Esa reforma fue allá por 2005, en pleno siglo XXI. La tal iglesia habló de “divorcio exprés”, como si todo lo exprés fuera pecado, como lo podría ser tomarse un café exprés o subirse al expreso de Marrakech, según ella decida. O mejor aún, como si la tal iglesia habría aceptado un divorcio “no-exprés”, que cuando tuvo oportunidad de hacerlo no lo hizo, como hemos señalado antes.

Sobra decir que en la Alta Navarra la sombra de la Iglesia Católica Apostólica y Romana es muy alargada, como la de los tilos de algunos cementerios y los chopos de las cunetas, y que por tanto la oposición al derecho al divorcio está muy enraizada. Escribir en 2018 que Hemingway fue mujeriego porque se casó cuatro veces, para lo que no olvidemos tuvo que divorciarse tres veces, y hacerlo además partiendo del punto de vista moral de que “ser mujeriego” es algo a rechazar públicamente, publicándolo además en un medio de Navarra, es todo un desafío al sentido común y una muestra de supremacía cultural, cuando el contexto, como ya hemos señalado, es el de una sociedad en la que el derecho al divorcio se ha tenido que ganar a pulso y muy recientemente. Todo esto debería hacer pensar que quizás la superioridad moral la tiene la sociedad que permite el divorcio de manera sencilla y práctica, y que por supuesto la tiene también la persona que se ha casado cuatro veces porque la ley se lo permite, sin tener que recurrir al “divorcio a la italiana”. Porque, ¿cuántos divorcios a la italiana ha habido en Navarra desde 1923 hasta 2005, por atenernos a la horquilla de años que estamos considerando?

Ese desafío a la lucha por los derechos civiles y, en definitiva, al sentido común, solo se entiende que pueda ser lanzado desde la impunidad más absoluta. Y eso se hace en una sociedad en la que “mujeriego” significa en principio una cosa diferente a la de casarse cuatro veces, y en la que no faltan ni gentes que beben hasta la embriaguez, no digamos en los famosos Sanfermines, ni quienes ejercen el adulterio o el recurso a la prostitución como prácticas alternativas al no-divorcio, si bien no seremos nosotros quienes pongamos adjetivos ni valoremos moralmente a esas personas.

En 1921 una mujer como Hadley, consciente de sus derechos como ciudadana de los EUA, difícilmente hubiera considerado que su futuro marido fuera un mujeriego. Ni ella, ni las futuras esposas dijeron nunca que lo fuera, ¿pues cuántas veces se casaron ellas mismas, o sus amistades, las personas de su entorno, las gentes en general de los EUA? Ya lo iremos viendo. De momento nos detenemos en ese “mujeriego”.

“Mujeriego” significa según la RAE “hombre aficionado a las mujeres”. Pues bien, ¿cuál sería el término para la “mujer aficionada a los hombres”? ¿Mujeriega? No se usa, ¡vaya! ¿Zorra, acaso, porque va entrando en gallineros ajenos? ¿Y para “hombre aficionada los hombres”, o “mujer aficionada a las mujeres”? ¿Puto mariconazo de mierda? ¿Zorra bollera viciosa? ¿Se han contado las obras de arte que han generado y generan esos, esas, a quienes el articulista, siguiendo la estela de ese valorativo “mujeriego”, bien podría llamar “degenerados”, “degeneradas” (qué señal de género deberíamos usar)? Más aún, ¿habrá tomado el articulista en consideración el número de mujeres que además de ser mujeriegas han gozado o gozan, por ejemplo, de la ebriedad generada por los psicotrópicos más diversos, incluidos el alcohol? Un listado no definitivo lo encontrarán en el libro 'Mujeres chamán / Damas iniciáticas', de Cynthia Palmer y Michael Horowitz, editado en castellano en 1999 por la editorial Castellarte. He aquí algunos nombres de las mujeres que figuran en libro: Adelle Davis, Elizabeth Barrett Browning, Charlotte Bronte, Isabelle Eberhardt, Harriette Frances, Margaret Fuller, Emily Hahn, Lenore Kandel, Mary White Lowell, Constance Anais Nin, Jeannine Parvati, Laura Huxley, Charlotte Riddell, Maria Sabina, George Sand, Valentina Wasson y Susan Sontag. Inquisidores e inquisidoras ya tienen una lista inicial. ¡Que empiecen las sacas! De libros de ellas de las bibliotecas, claro, que olvidando tiempos pasados a día de hoy esa gente inquisitoriales delicadeza no les gana nadie.

Iletrado

No haber pisado la universidad es otra de las acusaciones lanzadas contra Ernest Hemingway en pleno siglo XXI. En 2018, para ser exactos. Cien años después de que el autor se presentara voluntario para ir a la I Guerra Mundial. Tal y como lo hizo otra futuro premio nobel de literatura y amante como pocos del whiskey, William Faulkner, que dejó sus estudios universitarios, se fue a Canadá y se enroló como piloto en sus fuerza aéreas para combatir en la tal guerra. De él es la frase “la civilización empieza con la destilación”, un tanto similar a aquella de Hemingway de que “el vino es uno de los hechos civilizatorios más importantes”. 'El sonido y la furia', de William Faulkner, figura en el puesto sexto en la clasificación de Modern Library.

Ciñéndonos a los escritores, hombres, nacidos en los EUA, que no fueron a la universidad cabe destacar a Ray Bradbury, autor de 'Fahrenheit 451', uno de los alegatos más hermosos del siglo XX a favor de los libros en general y de la literatura en particular. ¿Dónde aprendió Ray, que tanto nos gusta, a escribir y a amar a los libros? En la biblioteca pública, según él mismo dejó escrito. Y qué decir de Truman Capote, autor de 'A sangre Fría', uno de los reportajes más imperecederos de su tiempo. Pero detengámonos en el gran favorito de Hemingway, Samuel Langhorne Clemens, que firmaría sus obras como Mark Twain.

El autor del que para Ernest Hemingway era -según dejó escrito en 'Verdes colinas de África'- el libro más decisivo escrito en lengua inglesa en los EUA, 'Huckleberry Finn', se vio forzado a abandonar la escuela a la edad de doce años. Para los quince Mark Twain ya escribía artículos para el periódico de su hermano. Más tarde se trasladó a N.Y., donde trabajó en una imprenta al tiempo que, al igual que Bradbury, se formaba en las bibliotecas públicas. Un autodidacta, vamos. Reducido por aquí, eso sí, a un autor de libros para niños, cuando en realidad se trata de un escritor y periodista de izquierdas, profundamente anti-racista. Un titán autodidacta.

Entre los ilustres reducidos, como Mark Twain, a autor juvenil, y que nunca fue a la universidad, nos encontramos con Jack London, creador de cuentos y relatos inolvidables. De él destacaríamos su célebre autobiografía, 'John Barleycorn', publicada en castellano bajo el título de 'Memorias alcohólicas', libro en el que cuenta su lucha cuerpo a cuerpo con el alcohol y sus consecuencias. Su obra 'La llamada de lo salvaje' ocupa el puesto número 88 en la lista citada.

Autodidacta fue también el autor de los escalofriantes 'La guerra de los mundos' y 'La Máquina del tiempo', dos relatos que han dejadouna huella profunda tanto en la literatura como en la historia de la radio y del cine del siglo XX. Hablamos de H. G. Wells, que tuvo que abandonar la escuela a temprana edad y ponerse a trabajar de aprendiz de tapicero.

Nos hemos limitado a los hombres y no hemos querido entrar en otras consideraciones filosóficas sobre el supuesto beneficio de haber tenido una educación universitaria a la hora de ponerse a escribir literatura o cualquier otra cosa. No querríamos tener que citar a Thoreau, Emerson o Wilde.

Maltratador

Pero aún hay más. Al amparo de la impunidad se ha acusado a Ernest Hemingway de maltratar a las mujeres, así, en general. En cualquier caso habrá que entender que la acusación se refiere a sus cuatro esposas y la única amante que se ha escrito que tuvo –que tampoco parece que fuera tal, en fin-, pues fuera del trato con esas cinco mujeres no se sabe que el Hemingway adulto hubiera tenido con ninguna otra mujer trato los suficientemente cercano para maltratarla. Si acaso una fugaz relación sobre la hierba a los veinte años –pura ficción que alguno se ha tomado por real. y una caso de infidelidad matrimonial en Constantinopla, que ya hemos dicho que tampoco. De lo del hierba habla, sin citar la fuente de la que toma el supuesto dato, un tal José Luís Catillo-Puche; de lo segundo, no se sabe con quién pudo ser, ya que la supuesta amante se limitó a ironizar sobre la posibilidad de que “aquello” ocurriera. No está documentado, y vaya que hay documentación sobre Hemingway, que tuviera relación con prostituta alguna. Aunque en Cuba le inventaron una que no hay quien se la crea. Sinceramente, una chapuza de relato.

Pues bien, de ninguna de sus dos primeras esposas, Hadley y Pauline Peiffer, hay queja documentada alguna de que su esposo, Ernest, las hubiera maltratado nunca; al contrario, las dos siguieron teniendo una gran relación con él, relación que él cuidó especialmente, pues nunca pasó por alto que eran, además de sus ex-compañeras sentimentales, las madres de sus hijos. Por lo que siempre procuró no solo llevarse bien con ellas, sino que además se esforzó en mantener una relación directa y saludable con las respectivas ex-suegras, tal y como queda documentado en la abundante relación epistolar que mantuvieron él y ellas.

 


En cuanto a la tercera esposa, Martha, vaya que si se pelearon. De hombre a hombre, dan ganas de decir, pues Martha, tan periodista, tan escritora y tan guerrera o más que él -terminó estando en más guerras que Ernest- no se achantaba ante su marido. De hecho fue ella la que le dio puerta y le dejó con un palmo de narices.

En fin, que si nos vamos a la cuarta mujer, Mary, aquí sí que está documentado el mal trato psíquico que su tercer marido, el tercero, sí, Ernest Hemingway, llegó a darle, aunque ella lo negó o justificó, según los casos, en su propio relato de la vida conyugal y demás; en el famoso 'How it was', vaya. Que, por cierto, nunca ha sido publicado en castellano.

Volviendo a Martha, es conocido el incidente de la bofetada que le dio una noche su esposo, bastante cargado, y la reacción de ella, que conducía. Lo dejó tirado en la cuneta, obligándole a volver a casa andando.

 


Lo de abofetear a las mujeres, o azotarlas en el culo, es algo que en las películas de la época clásica de Hollywood se llevaba mucho. Eran el reflejo de una sociedad en la que eso era habitual. Una sociedad machista o, en los términos actuales, hetero-patriarcal.

Pues bien, de Ernest Hemingway se dice que era un machista. Sin pruebas. Dos de las grandes figuras masculinas del cine de su época, Gary Cooper y Humphrey Bogart, fueron grandes amigos suyos. En la pantalla representaron modelos de hombres que se permitían pegar sopapos a las mujeres. Bogart lo hizo con su esposa, Lauren Bacall. En la pantalla. O a azotarlas en el culo. Cooper lo hizo con Claudette Colbert. También en la pantalla.

 

El derecho a pegar a la propia esposa, y qué decir que a hijas e hijos, era algo indiscutido en la Europa de 1921. Y hasta bien entrado el siglo XXI por aquí todavía hay quien lo ve como un derecho legítimo del varón. En el Estado Nacional Católico estaba permitido que los maridos molieran a palos a las esposas. En los colegios y escuelas se daban palizas mortales. Qué decir en los cuarteles o las cárceles. Los castigos físicos estaban a la orden del día. Quienes veían una de aquellas películas de Hollywood en la que el hombre daba unos cachetes e incluso algo más a la mujer, sonreían, cuando no soltaban carcajadas. Mujeres también lo hacían mujeres.

No se sabe que Ernest Hemingway pegara a sus hijos.

 


Más una cosa es ser machista en los términos actuales y otra ser un modelo de hombre, un macho, al estilo de como lo fueron Hemingway, Cooper o Bogart.

Hemingway fue un modelo de hombre, y si se quiere de macho. Nada más. No se colgó ninguna medalla por ello.

El asesino de los Sanfermines

Con todo, el mayor salto mortal del que hemos sido testigos en 2018 ha sido el que va de 1926 a ese mismo año. Salto por el que se hace a Hemingway responsable directo de la masificación de los llamados Sanfermines, en tanto en cuanto autor de 'The Sun Also Rises', 'Fiesta', y no sabemos, porque nunca se ha explicado, por cuántas razones más. Salto estratosférico tan solo superado por el dado al relacionar a Hemingway con el caso de La Manada en un mismo texto, también de 2018. 


Sin duda tales saltos tan solo se pueden dar con la seguridad de que el saltarín tiene ahí abajo hay una red que le salvará de los efectos de una posible caída. Esa red se llama impunidad. Se puede escribir lo que sea sobre Hemingway, que no habrá consecuencias. Y no las habrá porque esa red llamada impunidad ha sido urdida y tejida con los mismos hilos y unida con los mismos nudos que han quedado fijados en una sociedad, la navarra y especialmente la de Pamplona, que prácticamente no ha leído a Hemingway, menos aún alguna biografía decente suya, porque haberlas, en castellano, casi ni las hay, y sin embargo lo ha sometido a juicio sumarísimo y lo ha encontrado culpable de los cargos de borracho, mujeriego, iletrado, maltratador, machista, antisemita -de lo que de momento no hemos dicho nada-, y, aún peor, de asesino de los Sanfermines auténticos y de haber hecho de su cadáver una pocilga donde los cerdos pueden puede violar en piaras a quien se les ponga por delante.

Y es que esa renovada Inquisición no para de gritar: “Ecce Homo Hemingway.”



 

 




Comentarios

  1. El derecho de voto en la República española es de 1933

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    1. a ver si se puede corregir. El dato confirma que lo del divorcio nunca estuvo fácil.

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  2. Hablando de Hemingway, divorcios y siendo hoy el día de la mujer hemos de recordar a Constancia de la Mora, una de las primeras mujeres en divorciarse y una importante comunista que conoció y trato a Hemingway, Martha Gellhorn, Luis Fisher, Jay Alen... ya que fue la tercera Censora de la República entre otras cosas. Inteligente, preparada, y lista, y parece que generosa si hemos de creer las palabras de Aurora Arnaiz.

    De la Mora, nieta del famoso político Antonio Maura, provenía de una familia acaudalada y aristocrática. En contra de la opinión de su familia se separó de Manuel Bolín, hermano de Luis Bolin, el encargado de pedir ayuda a Mussolini para el bando franquista. Da la casualidad que el abogado de este fue el mismísimo Jose Miguel Primo de Rivera, del que se dice tuvo un affaire con la hermana de Constancia, Marichu. Marichu fue la creadora de la sección femenina de la falange. VAYA! (Más información en: Inmaculada de la Fuente, La roja y la falangista).

    Ese desdichado matrimonio por lo menos tuvo algo positivo, el nacimiento de Luli. Durante la guerra Luli fue una de las niñas refugiadas en la URSS y permaneció allí hasta 1945.

    Aunque empezó a rebelarse al sentir la alienación aristocrática en sus veraneos en Zarauz en los 1920s, Constancia no fue militante comunista hasta el advenimiento de la República, que le pilla trabajando en la tienda de Zenobia Campubrí e Ines Moreno, pero se la considera una activista feminista. Es durante la II República, después de su divorcio cuando conoce al gasteiztarra Ignacio Hidalgo de los Cisneros, aristócrata y militar, pero COMUNISTAS. Un trio singlar. La última palabra parece hasta antitética con las dos anteriores. Hidalgo el jefe de la aviación repúlicana, estuvo destinado como agregado militar en Italia antes de la guerra visitando a la Alemania Nazi junto con Constancia, y durante la guerra fue enviado a la URSS en más de una ocasión a hablar con Stalin. La vida de Hidalgo de los Cisneros es maravillosa y hay un documental reciente sobre su vida patrocinada por AENA. Entre otras curiosidades me permito recalcar como ayudo a escapar a Francia a Indalecio Prieto, gracias a algún contacto en Hendaya, después de la fallida revolución de Cuatro Vientos.

    Tampoco podemos olvidar sus memorias escritas desde el exilio Rumano. El primero el mismo año de la muerte de Hemingway, el segundo volumen en 1964. Creo pertinente decir que Ignacio y Constancia se separaron el 15 de marzo de 1941 de mutuo acuerdo. Parece que según Hernandez Franch un amigo de la pareja: "Ignacio no contribuya gran cosa a la economía de la pareja. Su gusto por las mujeres y la bebida, y su aversión al trabajo provocaban tensiones. Pablo Neruda le había encontrado un puesto a Ignacio" (Soledad Fox, Connie, 249), pero tampoco le duro mucho tiempo ... parece que la nostalgia a la patria hizo mella.

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  3. Estos vivían del Bestseller "In Place of Splendor" publicado en ingles (En Español en 2008 bajo el nombre de Doble Esplendor e introducción de Jorge Seprum Maura, pariente de constancia y que uso a Hemingway en su libro Veinte años y un día (2003)). Son las memorias De Connie que recientemente parece que no escribió y se le atribuyen a Ruth McKenney. Lo que podemos intuir gracias a una carta de Jay Alle a Carlos Baker (6 de Marzo 1963. Archivo de Jay Allen).

    Es irónico que en una carta de Hemingway a Gustavo Duran, el famoso militar/artista, escrita alrededor de 1940 el americano le dice lo siguiente:

    Like in her book, where I was sor of an american conrinto y oro puta virgen empapada en hostias sin perder ni una palma para atras. Mujer buena, pero muy egoísta y muy católica con un nuevo catolicismo.

    Y es así. Fue un libro totalmente justificativo, ideologizado, donde el bando de Negrín era idolatrado. Mas me cautivo, me encantó y es así como llegue a interesarme sobre su vida.

    “No pudimos defender al heroico País Vasco contra la invasión de dos dictadores extranjeros.” […]Navarra debido a su aislamiento era la más atrasada de las provincias vascongadas" (Doble Esplendor, 419).

    Creo que me he extendido en demasía pero es que la vida de Constancia y la de Ignacio de Hidalgo por si solas dan mucho que escribir. Termino esta diatriba diciendo que Constancia muere en 1950 en un accidente de trafico en Guatemala. En su entierro recito unos versos el poeta chileno Pablo Neruda

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    1. Eskerrik asko, Iñaki.
      Espero que a medida que sigamos con esta historia podamos hablar de lo de la censura durante la guerra. De Arturo Barea y de Constanza, de John Dos Passos, de su traductor al castellano, Robles, y de cómo se jodió la historia entre el Passy y Ernest. También del trato excepcional que Constanza y Barea dieron a Ernest Hemingway las cuatro veces que visitó la guerra.

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