Hemingway 6 / Antisemitismo y otras fobias en 'Fiesta'
Ernest Hemingway fue un loco de los apodos. No había persona de su círculo a la que llamara por su nombre. Juan Duñabeitia era Sinsky y Andrés Untzain era Don Black, por poner dos ejemplos. A veces se refirió a sí mismo como Hemingstein, sobre todo en las cartas, jugando con una posible identidad judía. ¿Una broma más?
Se ha escrito y debatido mucho sobre el Hemingway antisemita, e incluso se ha tachado a su ‘The Sun Also Rises’, ‘Fiesta’, de obra antisemita. Ni entramos ni salimos en el debate pero, eso sí, que lo digan desde la piel de toro y sin tener en cuenta que todavía en 1925 la Inquisición seguía en píe, nos parece una burla. Otra más. Como que Ernest Hemingway hubiera inventado el antisemitismo él solito y sin contexto. ¿No se acuerdan de Baroja? ¿O del famoso “contubernio judeo-masónico” que justificó, a posteriori, el golpe de estado de 1936?
Hay que tener mucha cara.
Una de las veces Ernest Hemingway se casó con una judía de familia, Martha Gellhorn, si bien la escritora y gran periodista tampoco lo iba proclamando. De cuántos judíos o judías hubo en la vida del autor ya iremos hablando.
Al final se trata de asar al cabrito Hemingway y todos los sarmientos valen, no importa el ritual al que se someta al bicho.
Antisemitismo y otras fobias en 'Fiesta'
Las fobias ocupan un lugar importante en la psicología de los personajes de la novela 'Fiesta'. Un ejemplo lo tenemos en Mike, que desde hace unas páginas ha dejado de ser Michael:
“—Vamos —dijo Mike—. Sólo nosotros tres. Vamos a festejar a esos malditos ingleses. Espero que usted no sea inglesa. Yo soy escocés. Odio a los ingleses. Voy a festejarlos. Andando, Bill”.
Mike odia a los ingleses. Y hasta se pelea con algunos. ¿Por qué? En el caso de la pelea por viejas deudas de dinero. ¿Y en general? ¿Por motivos políticos? Jake por su parte detesta el inglés:
“¡Qué cúmulo de idioteces podía llegar a pensar por la noche! ¡Qué asco! (Me parecía oírselo decir a Brett.) ¡Qué asco! Cuando uno estaba con ingleses adquiría el hábito de usar expresiones inglesas al pensar. El inglés hablado —al menos el de las clases altas— debía de tener menos palabras que el esquimal. Claro que yo no sabía nada del esquimal; tal vez es una lengua muy interesante. Bueno, pongamos el cherokee, aunque tampoco sabía nada sobre el cherokee. Los ingleses declinaban las frases; una misma frase podía significar cualquier cosa. Pero me gustaba, y me gustaba también su forma de hablar.
Harris, por ejemplo. Aunque Harris no pertenecía a las clases altas”.
¿Y cómo entender la fobia que Georgette les tiene a los flamencos?
“—¿Cómo te llamas?
—Georgette. ¿Y tú?
—Jacob.
—Es un nombre flamenco.
—También americano.
—¿No eres flamenco?
—No, americano.
—Mejor; detesto a los flamencos”.
¿Odiaba Hemingway a los ingleses, se mofaba la lengua inglesa, detestaba a los flamencos? Que sepamos lo hacen sus personajes. Varios de ellos compartan otra fobia: el antisemitismo.
Ya hemos dicho cómo arranca la novela. Presentándonos a Cohn, que tomó conciencia de lo que podía significar ser señalado como judío precisamente en la universidad, en Princeton, ahí es nada; significaba ser “distinto”.
“Nadie le había hecho sentir que era judío y distinto, por tanto, a todos los demás, hasta que fue a Princeton”.
Lo que nos da un dato importante del ambiente que se vivía en un lugar tan selecto como ese respecto a los judíos. Y quizás contenga una crítica a la misma Princeton por parte de Hemingway, que nunca fue a la universidad.
En cualquier caso el narrador y personaje, Jake Barnes, se lanza con los estereotipos sobre los judíos, se supone que también incluirían a las judías. Veamos:
“—Yo quiero ir a Sudamérica (dice Robert Cohn).
Tenía una inflexibilidad y testarudez muy judías (reflexiona Jake)”
Más adelante, tenemos este diálogo entre Jake y Mike:
“Vi que Cohn se acercaba atravesando la plaza.
—Ahí viene.
—Sí; no le dejemos adoptar su aire judío de superioridad.
—La barbería está cerrada —dijo Cohn—. No abren hasta las cuatro”.
Se entiende que es Mike, el escocés que odia a los ingleses, el que suelta ese segundo tópico sobre los judíos: aire de superioridad. Y sigue. El primero que habla es Bill Gorton:
“—¿Verdad que el invierno pasado, en Nueva York, me lo enviaste con una carta de recomendación? A Dios gracias, soy un hombre que viaja. ¿No tienes más amigos judíos para traértelos adonde vayas?
Se frotó la barbilla con el pulgar, se la miró y se puso de nuevo a afeitarse.
—Pues lo que es tú, tienes algunos que son una delicia.
—Oh, sí. Tengo algunas alhajas. Pero no hay ninguno de la categoría de este Robert Cohn. Lo curioso es que, por otra parte, es simpático. Me cae bien. Sólo que es tan horrible...
—Puede ser tremendamente simpático.
—Ya lo sé. Eso es lo más terrible”.
Pero Mike tiene más. Mete en el mismo saco a los judíos, a los toreros y a toda esa “ralea” (remarcamos la palabra, pues es importante):
—Brett estuvo muy bien, ¿sabes? —prosiguió Mike—. Ella siempre queda bien. Le solté un rollo tremendo acerca de los judíos y los toreros y toda esa ralea de gente; y ¿sabes lo que replicó? «Sí. ¡He sido tan feliz con la aristocracia inglesa!»
Por su parte, el hombre amable, ex-combatiente, compañero de guantes y de pesca en el Edén de Irati, Bill Gorton, repite el mismo tópico que ya ha soltado Mike e incluso añade algo:
“—Ese Cohn me tiene frito —dijo Bill—. Tiene el sentimiento de superioridad de los judíos tan desarrollado que cree que la única sensación que puede sacar de la corrida es la del aburrimiento”.
Ya tenemos a otro personaje antisemita, pero menos: Bill Gorton. Solo que un poco más “tolerante” que otros. ¿O no? A fin de cuentas para él los judíos son simplemente aburridos.
“Durante la corrida miré repetidas veces a Mike, Brett y Cohn con los gemelos. Parecía que estaban bien, y a Brett no se la notaba alterada. Los tres estaban inclinados hacia delante, apoyados en la barandilla que tenían frente a ellos.
—Déjame los gemelos —dijo Bill.
—¿Tiene Cohn aspecto de aburrirse? —pregunté.
—¡Ese judío!”
¿Y qué piensa u opina de los judíos lady Brett?
“Me dio las cartas de Cohn para que las leyera y yo no quise.
—Muy elegante de tu parte.
—No, Jake, óyeme bien. Brett ha hecho sus escapadas con otros hombres. Pero no eran nunca judíos, ni se quedaban pegados a uno cuando el asunto estaba liquidado.
—Unos chicos estupendos —dijo Brett—. Pero no tiene ningún interés hablar de ello. Michael y yo nos comprendemos”.
Lady Brett parece que se libra de la epidemia de fobia anti-judía. ¿Será verdad? Pues no. Habla Jake Barnes y responde lady Brett:
“—No tienes que hacer eso.
—Oh, querido, no te pongas imposible. ¿Crees que significa mucho tener alrededor a ese condenado judío y a Mike, de la forma que se ha portado?
—No, desde luego.
—No puedo pasarme todo el día borracha como única solución”.
Pero, a fin y al cabo, ¿qué eso de estigmatizar a judíos y judías? La misma novela nos lo aclara en el capítulo XIX, el último, el que ocupa él solo el libro tercero:
“—Venga, tomemos otro trago —dijo Mike.
—De acuerdo. Éste corre de mi cuenta —dijo Bill—. ¿Tiene dinero Brett? —preguntó dirigiéndose a Mike.
—Yo diría que no. Aportó la mayor parte del que tuve que dar al viejo Montoya.
—¿Y no se ha quedado nada de dinero con ella? —pregunté.
—Yo diría que no. Nunca tiene dinero. Recibe quinientos de los grandes al año y paga trescientos cincuenta de ellos de intereses a los judíos.
—Supongo que lo llevan en la sangre —dijo Bill.
—Exacto. Pero, en realidad, no son judíos. Sólo les llamamos así. Creo que son escoceses”.
Se entiende que a quienes prestan dinero a un interés alto se les llama judíos, sin más, en línea con aquello tan castizo de “no me hagas judiadas” o “ese es un ladino”. Aunque resulte que luego los prestamistas son escoceses de pura cepa.
El gran torbellino del mundo
En 1926 el escritor vasco Pío Baroja (1872-1956) publica las novelas 'El gran torbellino del mundo' y 'Los amores tardíos', incluidas, junto a 'Las veleidades de la fortuna', publicada en 1927, en la trilogía 'La agonía de nuestro tiempo'. De la primera extractamos algunos de los comentarios sobre los judíos puestos por el autor en boca de sus personajes.
El personaje central de la novela, Larrañaga, dice: “Los protestantes han encontrado que en esa esencia del cristianismo hay conceptos muy pobres, muy poco verídicos y una historia que quiere ser universal y no es más que la historia estrecha y limitada de un pueblo como el judío, de moral baja y un tanto despreciable”. (46)
Otro de los personajes, Joe, dice a su vez: “¡Hamburgo! ¡Hamburgo! Las grandes navieras, los capitanes de industria, los negociantes jugadores de fútbol con las acciones de las compañías, la aventura de los últimos conquistadores sobre la pesadez de la mecánica y del dinero. Pueblo de hombres de presa y de mercachifles judíos que charlan de la valuta con voces agrias o gangosas en el Alster-Pavillon. Todo grande, sencillo, sin aparato”.
En unos pocos años el Nazismo iba a solucionar ese pequeño problema que según el personaje de Baroja había en Hamburgo. En 1938, en el distrito Neuengamme de Hamburgo, abrieron el campo que lleva el mismo nombre. Se calcula que entre ese año y 1945 murieron allí 56.000 personas.
Eso por entonces Baroja no lo podía saber. Ni esto otro:
“La ciudad alemana de Hamburgo inauguró el miércoles un monumento a los habitantes judíos y gitanos que fueron asesinados durante el Holocausto nazi. El monumento se encuentra en una antigua estación de ferrocarril desde la cual 8.071 personas fueron transportadas en 20 trenes a guetos y campos de concentración entre 1940 y 1945. Muy pocos sobrevivieron. Una placa contiene los nombres de más de 7.700 víctimas identificadas, entre judíos y gitanos, también llamados romaníes. El monumento incluye un tramo de los rieles originales y un camino que conduce a un centro de documentación cuya inauguración está prevista para 2020. El alcalde de Hamburgo, Olaf Schultz, dijo durante la ceremonia inaugural el miércoles que éste “es un lugar de vergüenza y dolor, pero de ahora en adelante también es un lugar solemne de recordación”, informó la agencia alemana dpa.”
Pero fijémonos en esto otro diálogo tomado de la misma novela:
“—Sí; los alemanes tienen algo de los judíos —contestó Feuerstein—. Llegan al máximum de las cosas, al máximum de la ciencia y de la piedad y al máximum de la ignominia, de la vileza y del mal gusto.
—¿Usted lo cree así?
—Sí. La vileza del meridional está más concentrada que en ninguna otra raza en la raza judía, y la vileza de las gentes del Norte, en el alemán. Ya a Schopenhauer le sorprendía la cantidad de palabras que hay en el idioma alemán, para engañar; todas con un aire triunfante.
—¿Así que usted cree que los alemanes tienen los dos extremos?
—Sí. Por eso no saben ser caballeros.
—No es posible que esto sea una ley general.
—Sí, sí; es general. Es difícil que un alemán, naturalmente, sea un caballero; podrá serlo, si se lo propone; pero espontáneamente no lo es.
En ese contexto el retrato político de los Espartaquistas es sencillamente terrorífico:
“Contó varios sucedidos y anécdotas y describió a Rosa Luxemburg como una judía contrahecha, casi enana, muy inteligente, pero que tenía muchos motivos para no estar satisfecha de la vida, ni de nada. Habló de Kurt Eissner, con su aire de universitario, farsante, barbudo y melenudo. Para Feuerstein, Eissner era un pedante. Todos estos judíos o medio judíos buscaban la humillación y la ruina de su país, sentimiento explicable en ellos, que llevaban siglos denigrados y perseguidos; pero absurdo y morboso en gente de raza alemana.
Para Feuerstein todos los Espartaquistas eran imbéciles, y el mismo Liebknecht, hijo, no había pasado de ser un orador de mitin, palabrero y de lugares comunes.”
Ocurre que a los espartaquistas citados en la novela los habían ejecutado. Así lo cuenta la Wikipedia:
“El 1 de enero de 1919, la Liga Espartaquista/KPD participó (pero no la inició) en una revolución comunista de breve duración en Berlín, aun ante las advertencias de Rosa Luxemburgo y de Karl Liebknech, quienes argumentaban que la rebelión era débil y que no contaban con el apoyo total de la clase obrera. La revolución (luego conocida como levantamiento espartaquista) fue derrotada por las fuerzas combinadas del Partido Socialdemócrata de Alemania, los remanentes del ejército alemán y de los grupos paramilitares de extrema derecha conocidos como Freikorps, a las órdenes del canciller Friedrich Ebert. Luxemburgo y Liebknecht, entre muchos otros, fueron masacrados por los Freikorps, y sus cuerpos arrojados al río. Centenares de espartaquistas fueron ejecutados en las semanas que siguieron a la sublevación. Los restos de la Liga se disolvieron en el Partido Comunista de Alemania (KPD) que conservó el periódico de la liga, Die Rote Fahne (La Bandera Roja), como su publicación”.
¡Pobres espartaquistas! Ahí tenemos al Pio Baroja más reaccionario, anti-marxista y anti-comunista, diciendo por boca de sus personajes lo que realmente pensaba de todo aquel baño de sangre. Un resumen sobrecogedor el suyo. Pero volviendo a la novela ésta sigue con el tópico del judío ladrón:
“Después de muchas reclamaciones, comenzaron, al fin, a llegar alimentos. Cuando venían vagones con víveres, los judíos se las arreglaban para quedarse con ellos y llevárselos a sus tiendas, en donde se vendían carísimos. Por otra parte, algunos aseguraban que aquellos víveres no estaban consignados a los comerciantes y que debían haber ido al Ayuntamiento, y luego ser repartidos entre los vecinos; pero la verdad era que nadie sabía nada.
Los campesinos no se atrevían a apoderarse de los víveres, y su venganza consistía en apalear a algún comerciante judío en las afueras de la aldea, dejándolo medio muerto”.
Por supuesto, son los personajes de Baroja los que hablan, como en el caso de Hemingway en 'Fiesta'. La diferencia está en que el mismo Baroja pensaba como algunos de esos personajes, tal y como veremos más adelante, pero no viene mal adelantarlo ahora. Hemingway nunca publico nada semejante en sus escritos fuera de la ficción.
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