Hemingway 8 / Los lugares de Fiesta

 

Hablamos ahora de los lugares que aparecen en la novela ‘Fiesta’, algunos de los cuales ya han ido apareciendo por aquí. De esos de los que los navarreros expertos en Hemingway casi siempre pasan por alto y el resto, como casi nadie ha leído el libro, no sabe nada del asunto. También trataremos del significado de eso tan repetido de “la generación perdida” y, por ultimo daremos un repaso a las otras guerras que aparecen en ‘Fiesta’.

E.J.O. (Un perro andaluz)

 



Los lugares de Fiesta

Según el lugar común más extendido en nuestro entorno, 'Fiesta' sería una novela sobre los Sanfermines, el encierro, las borracheras y las corridas de toros de Iruña-Pamplona. Esperamos que con lo expuesto hasta ahora haya quedado claro que eso no es así. Pero hay espacios en la novela que no se citan en esos lugares comunes.

Nos queda por ver qué otros lugares tienen espacio en el relato. Ya hemos remarcada la presencia de París en la novela 'Fiesta', que ocupa más de un tercio de la misma. Por lo que vamos a citar o repasar esos otros lugares olvidados por los difusores de tópicos y mentiras sobre la novela y, por extensión, su autor, Ernest Hemingway.

San Sebastián ocupa un lugar importante del relato de la novela 'Fiesta'. De hecho el último capítulo, que a su vez compone todo el libro tercero, se desarrolla casi por completo en la ciudad capital de Gipuzkoa.

Me tomé un café, y, al cabo de un rato, Bill apareció. Lo miré mientras atravesaba la plaza. Se sentó y pidió un café.

Bueno —dijo—, ya se ha terminado todo.

Sí —dije—. ¿Cuándo te marchas?

No lo sé. Creo que sería mejor que tomáramos un coche. ¿No vuelves tú a París?

No. Estaré fuera otra semana. Creo que voy a ir a San Sebastián.

Yo quiero volver a casa.

¿Qué va a hacer Mike?

Va a ir a San Juan de Luz.

Podemos tomar un coche hasta Bayona. Puedes coger el tren allí esta noche.

Bueno. Marchémonos después de comer.

Está bien. Voy a conseguir el coche”.

Jake Barnes y grupo se van separando.

A la mañana siguiente, di a todo el personal del hotel una propina un poco mayor de lo habitual, para hacer más amistades, y me marché en el tren de la mañana para San Sebastián. En la estación, al mozo de las maletas le di sólo la propina corriente, porque no creía volver a verlo más. Quería sólo tener unos cuantos buenos amigos en Bayona, para ser bien acogido si volvía otra vez por allí. Sabía que, si se acordaban de mí, su amistad se mantendría fiel.

En Irún se tenía que cambiar de tren y mostrar el pasaporte. No me gustaba nada irme de Francia. ¡La vida era allí tan sencilla! Me daba cuenta de que cometía una estupidez volviendo a España. En España uno no puede prever nunca lo que va a pasar. Me daba cuenta de que era estúpido por mi parte volver; y, sin embargo, me puse en la cola para lo de los pasaportes, abrí las maletas en la aduana, compré un billete, atravesé una puerta, subí a un tren, y al cabo de cuarenta minutos y ocho túneles, me encontré en San Sebastián”.



La descripción de la ciudad empieza así:

San Sebastián tiene, incluso en un día caluroso, algo de la atmósfera de las primeras horas matinales. Parece como si las hojas de los árboles no estuvieran nunca completamente secas, y como si las calles acabaran de ser regadas en aquel preciso instante. En los días más tórridos, siempre hay calles frescas y sombreadas. Fui a un hotel donde ya me había alojado antes y me dieron una habitación. El balcón se abría sobre un panorama de tejados, al final de los cuales se divisaba la verde ladera de una montaña”.

Allí, en las aguas de La Concha, Jake Barnes parece resolver su conflicto interior.

Me desnudé, crucé la estrecha franja de playa y me metí en el agua. Me alejé mar adentro, tratando de pasar a través de las olas; pero a veces no lo conseguía y tenía que zambullirme. Luego, al llegar adonde el agua estaba tranquila, me volví cara arriba y me quedé flotando. Veía sólo el cielo, y sentía el subir y bajar del oleaje”.

Otro momento Zen de la novela. El protagonista y narrador de 'Fiesta', Jake Barnes, parece haber encontrado su paz interior, nadar, ver el cielo, sentir el oleaje, disfrutar de la ciudad, esos son sus planes. Pero he ahí que recibe un telegrama urgente de lady Brett. Se tiene que ir a Madrid.

En Madrid se desarrollan las cinco últimas páginas de la novela, no vamos a desvelar ningún secreto.



Otros de los lugares de la novela son Baiona, San Juan de Luz y Biarritz. En realidad el viaje a los Sanfermines de Hemingway era un viaje a casi todo el País Vasco. De Biarritz dice, entre otras cosas esto:

“— ¿Se puede nadar bien en Biarritz? —preguntó Hubert.

Ese chico no va a sosegar hasta que se meta en el agua. Para las criaturas es pesado viajar.

Sí, se puede nadar bien —dije yo—. Pero es peligroso cuando hay mala mar”.

De San Juan de Luz, Donibane-Lohizun:

Era hora de volver. Golpeó en el cristal y dijo al chófer que diera la vuelta. El chófer arrimó el coche a la hierba para girar. A nuestra espalda se hallaban los bosques, más abajo una faja de prados y, al final, el mar.

En San Juan de Luz, nos detuvimos frente al hotel donde iba a alojarse Mike y éste bajó del coche. El chófer le llevó las maletas adentro. Mike se paró junto al coche.

Adiós, chicos —dijo—. Ha sido una fiesta despampanante.

Hasta la vista, Mike —dijo Bill.

Ya nos veremos por ahí —dije yo”.

Bayona:

A la mañana siguiente hacía un día radiante, estaban regando las calles y desayunamos los tres en un café. Bayona es una ciudad muy bonita; es como una ciudad española muy limpia, y está junto a un gran río. A pesar de ser tan temprano, en el puente que cruza el río hacía ya mucho calor. Fuimos hasta el otro lado del puente y luego dimos un paseo por la ciudad”.

Resulta extraño eso de “una ciudad española” tratándose de Bayona, donde basta mirar a los tejados, sobre todo a los de pizarra, para darse cuenta que no tiene nada que ver con lo que se ve al otro lado de la frontera de Hendaya.



Como remate a la presencia del País Vasco histórico en la novela ahí están, casi al final, las páginas dedicadas a la Vuelta al País Vasco:

Más tarde, cuando empezó a oscurecer, paseé por el puerto, seguí luego por el paseo y al final volví al hotel para cenar. Se estaba celebrando una carrera de bicicletas, la Vuelta al País Vasco, y los ciclistas hacían noche en San Sebastián (…) A la mañana siguiente, a las cinco, la carrera iba a proseguir con la última etapa, San Sebastián-Bilbao. Los corredores bebían mucho vino y estaban quemados y bronceados por el sol. No se tomaban la carrera en serio, excepto entre ellos. Habían competido entre sí tantas veces que no les importaba mucho quién ganara, y menos en un país extranjero. Lo del dinero podía arreglarse (…) A la mañana siguiente, cuando me desperté, hacía ya tres horas que los corredores y los coches que les seguían circulaban por la carretera”.

Se trata de una geografía obviada por quienes conocen la novela solo de oídas y en versiones centradas en lo dicho más arriba; Sanfermines: borracheras, toros y encierros. Pero hasta ahora tampoco nadie que en nuestro ámbito cultural, geográfico, sentimental, etc., haya escrito sobre la novela habiéndola leído, lo ha hecho. Todos apuntan a lo mismo. A esas versiones interesadas en la que nunca se habla de lo vasco en 'Fiesta'. Ni de la lengua ni, como vemos, de los lugares y las gentes vascas que nos presenta Ernest Hemingway. Que, por cierto, estuvo más veces en Donostia-San Sebastián que en Iruña-Pamplona.

Ver las imágenes de origen

Con todo, el lugar mágico de la novela, que para el autor lo siguió siendo hasta el final de sus visitas a Navarra, en 1959, es el entorno de la selva de Irati y su río del mismo nombre. Ya hemos puesto de relieve la importancia y extensión de la parte dedicada a ellos en la novela, que aunque es verdad que a veces se cita, se hace de manera anecdótica, sin atender a la importancia que tiene en el relato. Saliéndonos del relato cronológico, he aquí un extracto de la carta fechada el 26 de julio de 1939, dirigida a Hadley Mowrer:

Maybe we will all have a fine time in Heaven Sure and maybe we have already had the hereafter and it was up in the Dolomites, and the Black Forest and the forest of the Irati Well if that is so it’s O K. with me. Was a fine time”.

Además del entorno de Irati Roncesvalles-Orreaga, citado en el relato, es otro de los entornos de Navarra que fascinó a Hemingway y en general al grupo de amigos, especialmente a John Dos Passos.

Tafalla también aparece citada en la novela, pues de allí es el corredor del encierro del que más habla la novela, no vamos a decir porqué. No queremos estropear la sorpresa.

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/3/3c/THE_CATHEDRAL%2C_BAYONNE_-_A_book_of_the_Pyrenees.jpg

La Generación perdida

Ernest Hemingway pensó en añadir un prólogo a la novela de la que venimos tratando, que en principio se iba a titular 'The Lost Generation /A novel' (La generación perdida / novela). El prólogo arroja un poco de luz en cuanto a esa “Generación pérdida”, marca impuesta y muy poco rigurosa bajo la que pasaran a la historia algunos de los autores estadounidenses de la primera parte del siglo XX que habían entrado en el mundo de las letras durante la I Guerra Mundial y primeros años de la posguerra, entre ellos los expatriados que vivían en París, como el mismo Hemingway o Scott Fitzgerald, o en principio su gran amigo John Dos Passos, o sus mecenas de aquellos sus primeros años, Gertrude Stein y Ezra Pound. Esto escribió Hemingway en el prólogo nunca publicado como tal a la que hubiera sido 'The Lost Generation /A novel':

El verano pasado un día Gertrude Stein paró en un garaje en una pequeña ciudad del Departamento de Ain para que le reparara una válvula de su Ford. El joven mecánico que reparó la válvula era muy bueno, rápido y hábil. Había otros tres mecánicos de la misma edad más o menos.

< ¿De dónde saca usted muchachos que trabajen tan bien?>, preguntó Miss Stein al propietario del garaje. <Pensaba que ya no se podía contar con muchachos que trabajen así>.

<Oh, sí>, dijo el propietario del garaje. <Ahora puedes contar muchachos muy buenos. A estos los contraté y les entrené yo mismo. Lo que andan entre los veinte y dos y treinta años no son buenos. C'est una generatión perdu (sic). Nadie los quiere. Son unos consentidos. Los jóvenes, los nuevos, vuelven a estar muy bien>.

<Pero, ¿qué pasó con los otros?>

<Nada. Saben que no son buenos. C'est una generatión perdu (sic). <Un poco duro para ellos>, añadió.”

Aquellos muchachos que en 1925, que es cuando Hemingway se puso con su novela, tenían entre 22 y 30 años, ¿cuantos tenían en 1914, cuando empezó la I Primera Guerra Mundial? ¿Y cuando acabó, en 1918? En esa guerra Francia se dejó 1.375.000 muertos, entre ellos 5.099 de Iparralde, el “Basque Country” que decía Hemingway. Los hubo de todas la edades, sí. Pero los muertos de entre 18 y 27 años fueron el 27% del total, es decir, 371.250. Fueron hombres jóvenes los que murieron: un hombre cada cinco de los nacidos entre 1887 y 1895, y un hombre de cada tres de los nacidos en el año 1894 (que tenían 20 años en 1914). Una generación perdida.

El mismo Hemingway lo dejó todavía más claro en el póstumo 'París era un fiesta', en el capítulo titulado “Une generation perdue”:

Tuvo pegas con el contacto del viejo Ford T que entonces guiaba (Stein), y un empleado del garaje, un joven que había servido en el último año de la guerra, no puso demasiado empeño en reparar el Ford de Miss Stein, o tal vez simplemente le hizo esperar su turno después de otros vehículos. El caso es que se decidió que el joven no era sérieux, y que el patrón del garaje la había reñido severamente de resultas de la queja de Miss Stein. Una cosa que el patrón dijo fue: <Todos vosotros sois una géneration perdue>.

- Eso es lo que son ustedes. Todos ustedes son eso -dijo Miss Stein-, todos los jóvenes que sirvieron en la guerra. Son una generación perdida.

- ¿De veras? - dije.

- Lo son -insistió-. No le tienen respeto a nada. Se emborrachan hasta matarse...

- ¿Estaba borracho ese joven mecánico? -pregunté.

- Claro que no.

- ¿Usted me ha visto alguna vez borracho?

- No. Pero sus amigos son unos borrachos”.

Esa reflexión de Hemingway, escrito al menos treinta años después de los hechos, aunque varía un tanto de la primera, nos lleva a plantearnos una cuestión central de cuya respuesta depende la interpretación del sentido profundo de la novela 'Fiesta': ¿Debemos entender que con aquel primer título para la novela Ernest Hemingway habría tratado de definir a aquel grupo que se reunió en los Sanfermines de 1925, incluso en los de 1924, y a los que consideraba una “generación perdida”, en la que estaría incluido el mismo Jake Barnes? Los personajes, excepto lady Brett, eran artistas expatriados que vivían en París, y habían participado en la I Guerra Mundial, tal y como hemos señalado. Por lo que pensamos que sí, que 'Fiesta' es una novela sobre aquella “Generación perdida”, máxime si tomamos en cuenta que detrás de los personajes había personas reales. Lo de los Sanfermines y todo lo demás es el marco donde se desarrollan los conflictos de esa muestra de la Generación Perdida. Que alguien se quedara con el marco, que fueran si se quiere millones los o las que lo hicieran a lo largo de los años, es harina de otro costal. Ya visitaremos el almacén de harinas y veremos si esa costal existe o se trata de una fantasía, y en ese caso quién convenció a tantos y a tantas de que sí, de que ese maldito libro no leído y su desconocido autor -más allá del tópicos de borracho, mujeriego, machista, iletrado, mal escritor, antisemita y no se sabe qué más- tienen la culpa de la masificación de los Sanfermines y sus fatales consecuencias, entiéndase, La Manada y todo eso que nadie dice qué pasa pero debe ser infernal. Hemingway, ¡me cago en tus muertos!

Ahora nos queda por aclarar a quiénes de aquella Generación Perdida retrató Hemingway en 'Fiesta'.


Más sobre quién es quién en 'Fiesta'

Ya hemos dicho que el Jake Barnes de la novela sería el mismo Ernest Hemingway, que para el relato se mutila y prescinde de su esposa, Hadley, que no está, si bien hay que afirma que parte de ella quedaría reflejada en el personaje de la novela. Lady Brett Ashley. Personalmente se me escapa en qué se vería en ese reflejo, si acaso en el corte de pelo, no llego a más.

Dicho esto, nos faltaría hablar de Juanito Quintana, Montoya en la novela, y Cayetano Ordoñéz, rebautizado en el relato Pedro Romero.

Vamos a ocuparnos en primer lugar de Pedro Romero, y de quién inspiró el personaje a Hemingway, Cayetano Romero, Niño de la Palma. Quien, por cierto, no tuvo ningún "affaire amoureuse" con Lady Duff Twysden, la lady Brett de la novela. Aunque todavía hay quien cree que sí lo tuvo. Pero hablemos de Cayetano Ordoñez, el torero que sí existió. Para ello nos remitiremos al documental ‘Hemingway en el Ruedo Ibérico’ producido por RTVE y emitido por La2 en 2006. En el mismo se dice, para empezar, que Cayetano hablaba un inglés “aseadito”.

Quizás los guionistas confundieran al Cayetano de verdad con el personaje de 'Fiesta', el torero Pedro Romero, al que Ernest Hemingway hace que hable inglés; un inglés básico en todo caso, aprendido en La Línea, junto a Gibraltar, se supone que por el contacto. Porque si Pedro Romero no hablara inglés no podría entenderse con Lady Brett y la novela no funcionaría. Por lo que dicen los libros, el modelo de personaje no sabía ni palabra de inglés. Tampoco la sabía su hijo, Antonio. De hecho cuando Hemingway invitó a Antonio Ordoñez y a su esposa Carmen a Idaho, en 1959, se fueron antes de lo previsto, pues no tenían manera de entenderes con nadie salvo con los anfitriones. Lo que sí está más que claro es que el relato que venimos presentando confunde muchas cosas. Confunde lo que ocurrió en los años 20 con un Ordoñez, Cayetano, al que vio torear pero del que de ninguna manera se convirtió en sombra -en contra de lo que dice el documental xxx- y que, sí, que le sirvió de modelo para crear el personaje de Pedro Romero, con lo que ocurrió a partir de 1953, y en especial en 1959, con otro Ordoñez, Antonio, hijo de aquel otro al que apodaban El Niño de la Palma.

En realidad en 'Muerte en la tarde' el nombre de Cayetano Ordoñez tan solo aparece dos veces, y lo que dice Hemingway es que en aquella temporada en la que un toro le cogió, vio casi todas sus faenas, las buenas y las no tan buenas, y que aquella cogida acabó con su carrera. Curiosamente, en ninguna de las cartas editadas por Carlos Baker aparece Cayetano. Esto es lo que dice de él en 'Muerte en la tarde':

Cayetano Ordóñez, «Niño de la Palma», fue hecho matador de toros una primavera, después de haber consumado algunas hazañas como novillero en Sevilla y Málaga y haber logrado algunos triunfos menores en Madrid; y en su primera temporada parecía ser el Mesías para salvar la fiesta, si es que había algún Mesías que podía salvarla.

He intentado describir en un libro dos de sus actuaciones y algo de su apariencia física. Yo estaba el día de su presentación como matador de toros en Madrid y le vi, el primer año que se presentó en Valencia, en una corrida en competencia con Juan Belmonte, que había salido de su retiro, llevar a cabo dos faenas, tan hermosas y sorprendentes, que todavía puedo recordarlas, pase por pase. Con la capa era de una gran sinceridad y pureza de estilo y no mataba mal, sin ser, no obstante, más que cuando tenía suerte, un gran matador. Mató varias veces recibiendo, es decir, esperando a que el toro se precipitase sobre la espada, a la vieja usanza; y con la muleta era magnífico. Gregorio Corrochano, el crítico taurino del diario «ABC», el influyente periódico de Madrid, dijo de él: «Es de Ronda, y se llama Cayetano». Era de Ronda, la cuna de los toros, y se llamaba Cayetano, nombre de un gran torero, Cayetano Sanz, el mejor estilista de los viejos tiempos.

La frase dio la vuelta a España, y, traducida libremente, tiene el mismo sentido que si se dijera, años después, entre nosotros, que un joven jugador de golf, que era ya un gran jugador, había salido de Atlanta y que su nombre era Bobby Jones. Cayetano Ordóñez tenía aire de torero, se comportaba como torero y, durante una temporada, fue torero. Le vi en la mayor parte de las corridas en que tomó parte y en sus mejores momentos. Al final de temporada recibió una cornada grave y dolorosa en el muslo, cerca de la arteria femoral.

Aquello fue el fin. Al año siguiente tenía más contratos que ninguna otra figura de la profesión, a causa de su primer año espléndido, pero sus actuaciones en la plaza fueron una serie de desastres. Apenas podía mirar al toro. Su terror, cuando había que entrar a matar, era penoso de ver, y se pasó toda la temporada asesinando a los toros del modo que menos peligro supusiera para él, corriendo de través en su línea de embestida, metiéndoles la espada en el cuello, hundiéndosela en los pulmones o en cualquier sitio que pudiera encontrar sin necesidad de adelantar su cuerpo entre los cuernos. Fue la temporada más vergonzosa que ningún torero había dado jamás hasta aquel año.

Y lo que había sucedido fue que la cornada la cornada primera herida de importancia, le había quitado todo el valor. No volvió a recuperarlo jamás. Tenía demasiada imaginación. Varias veces, en las temporadas siguientes, pudo rehacerse lo suficiente como para proporcionar buenas tardes en Madrid, con lo cual, gracias a la publicidad conseguida, pudo firmar todavía algunos contratos. Los periódicos de Madrid se distribuyen y se leen en toda España y el triunfo de un torero en la capital repercute en toda la Península, en tanto que un triunfo en provincias no sale de la vecindad y no se le tiene en cuenta en Madrid; además, los apoderados anuncian siempre por teléfono o por telegrama los triunfos de sus representados desde cualquier punto de provincias en donde hayan actuado, aunque el torero haya sido linchado por furiosos espectadores.

Pero aquéllas fueron las hazañas colmadas a fuerza de tesón por un cobarde”.

Así que Hemingway escribió que las valientes actuaciones de Cayetano, que iba para Mesías, o sea, más que sumo sacerdote, y se frustró por el camino, eran los actos de un “cobarde”, que se pasó toda la temporada aquella “asesinando a los toros”. Por cierto, la alternativa de Cayetano fue el 11 de junio de 1925, en la Real Maestranza, de la mano de Juan Belmonte y Pepe Algabeño, cortando una oreja a su segundo toro, de la ganadería de Félix Suárez.

Que Hemingway hubiera escrito eso de “cobarde” y “asesino de toros”, el hijo de Cayetano, Antonio, no lo podía saber cuando alojado en el hotel Yoldi de Iruña-Pamplona en 1953 pidió conocer al escritor y éste fue ipso facto a verle. Y es que la primera edición en español de 'Muerte en la tarde', traducida por Lola Aguado, fue publicada por la revista Gaceta Ilustrada en 1966. ¡Qué diría Antonio cuando la leyó! Si es que lo hizo.

De haber leído el libro 'Muerte en la tarde', Antonio, que dicen que había preguntado a Ernest Hemingway si era tan bueno como su padre, a lo que escritor contestó, dicen, “mucho mejor”, se habría visto obligado a entender que ese “mucho mejor” quería decir “mucho menos cobarde y menos asesino de toros”.

Volviendo al 25 de junio de 1925, aquel día de la alternativa de Cayetano, Hemingway tomaba un tren en París “to Pamplona, Spain”. Si llegó a ver a Cayetano en Madrid tuvo que ser el 16 de julio. Para entonces ya lo había visto en los Sanfermines de aquel mismo año.

Ese año de 1925, Hemingway, tras los Sanfermines, se puso a escribir lo que sería 'The Sun Also Rises', luego 'Fiesta', y aunque siguió corriendo de plaza en plaza con Hadley entre julio, como ya hemos dicho, y el 10 de agosto, día en el que la pareja se aloja en Hendaya hasta el 17, antes de salir para París. Tenían los festejos programados de antemano y de ninguna manera se puede decir que fueran siguiendo al Niño de la Palma. Durante las fechas que estuvieron en Madrid, del 13 al 19, también visitaron el Museo del Prado.

Dejando eso a un lado, si por entonces Ernest Hemingway admiraba a algún torero, ese era Nicanor Villalta. Prueba de ello es que a su primer hijo, el único que tuvo Elizabeth Hadley Hemingway, de soltera Elizabeth Hadley Richardson, le pusieron el nombre de John Nicanor en homenaje al ya dicho torero, que según dice en 'Muerte en la tarde' “es a día de hoy el mejor matador”.

La otra guerra de 'Fiesta'

Retomando la guerra del 14-18, su sombra recorre de manera traumática todo el relato de 'Fiesta', ya hemos citado varios ejemplos. Hemingway se debió sentir muy identificado con aquello que le contó Gertrude Stein de la “generation perdue”.

Mas aquella que se llamó la “Grande Guerre” no es la única que tiene presencia en la novela. También está la Guerra de Marruecos y uno de sus grandes protagonistas:

Entró la muchacha trayendo café y tostadas con mantequilla, o, mejor dicho, pan tostado con mantequilla.

Pregúntale si tiene un poco de mermelada —dijo Bill—. Háblale con ironía.

¿Tiene usted un poco de mermelada?

Eso no es ironía. Me gustaría poder hablar en español.

Bebimos el café en grandes tazones; estaba bueno. La muchacha trajo un plato de vidrio con mermelada de frambuesa.

Gracias.

¡Eh, no es ésa la manera! —dijo Bill—. Di algo con ironía. Haz algún chiste sobre Primo de Rivera.

Puedo preguntar a la chica qué clase de mermelada creen tener en el Rif”.

Del Rif ya había hablado en el reportaje de 1923 que ya antes hemos citado. Ya sabía de qué hablaba con eso de “la mermelada del Rif”. Durante la Guerra del Rif, las fuerzas combinadas franco-españolas arrojaron bombas de gas mostaza -¡cuyo uso había sido prohibido tras la I Guerra Mundial!-, contra la población civil y las fuerzas de la República del Rif. He ahí tal vez la “mermelada” sobre la que ironiza Jake Barnes.

Así que “mermelada del Rif”.

Menos mal que ni los africanistas, ni los herederos, que todavía hablan de reconquista han leído el libro. Ni entonces ni ahora. Y lo de Primo de Rivera tampoco sabemos cómo se lo tomarían. La página oficial de la Fundación Franco dice que el jefe del Directorio Militar entre 1923 y 1930, o sea, el dictador, era “simpático, inteligente y cordial”. Por su parte Baroja escribió que “el dictador era, según lo que lo conocieron, hombre de buena intención, amable y cordial; pero le pasó como a todos los políticos españoles; se aisló, no buscó el concurso del pueblo, no se unió a él...”. Desde el principio de su carrera literaria el vasco, que de tal ejercía, Pío Baroja, defendió la necesidad de un dictador para solucionar los problemas de España, “aunque la mitad acabar con la otra mitad de los españoles”. En esa línea algo diría más adelante sobre Franco.

Hemingway, corresponsal del Kansas Star hasta un año antes de ponerse a escribir su novela, sabía.


El personaje olvidado: Juanito Quintana



Comentarios

Entradas populares de este blog

Ecce Homo: Hemingway

Juan Leon Kruzalegiren 120. urteurrena

Hemingway 2 / 1918-1919: EN LA GUERRA Y EN EL AMOR